Azares
La Vida es y será siempre un eterno juego con el Azar. Nos mueve a su antojo y, nos da todo aquello que podamos tomar. Pero, tantas cosas se nos quedan también fuera y no alcanzamos, o la rozamos con las yemas de los dedos sin poder llegar… Ella, tan impredecible y misteriosa, también nos quita otras que soñamos. En ese ir y venir eterno, se debaten los hombres en su tiempo por esta Tierra, sacando experiencias, y pocas veces utilizándola para no cometer los mismos errores a los que está sometido siempre.
El hombre da a sus mitos forma de dioses, de seres humanos, de objetos. Cosificar símbolos y divinizar cosas son operaciones equivalentes, aunque de signo contrario, efectuadas por eso que llamamos arte. El propósito fundamental de la escultura consiste, pues, en descubrir los dioses ocultos dentro de una piedra, el hierro o la madera. Desde que el Hombre apareció sobre la Tierra, quiso siempre “construir” una otra realidad semejante y paralela. Se valió entonces de lo más cercano para reproducirla: aquellos materiales que encontraba a su paso, y en ellos se reflejó, cual espejo, la vida. En aquel precario arte, tallando sobre piedras, madera y otras materias, sus más íntimos instintos, fue dando forma a sus sueños...
Un día, la ecuación artística de un escultor anidó en la madera infinita, en la madera cubana que tiene ¡tantos nombres¡ y desde entonces no pudo dejarla ya. Corría 1993 –en pleno Período Especial-, época en que comenzó el itinerario de Roberto Segundo Rodríguez, dejando como estela un sinfín de piezas que hablan del hombre y sus sentimientos. Hoy ocupan el protagonismo en su quehacer creativo, precisamente los Juegos de Azares que deambulan entre sus piezas, recordando al espectador el peligro que conllevan si se dejan atrapar por ellos. Un golpe de dados lanza al ruedo las imaginaciones del artista transformadas sobre la madera que adquiere disímiles contornos en sus manos. Los personajes, que muchas veces se repiten, parecen hablar desde el lenguaje de las formas con sus gestos para gritarnos ¡cuidado!
Entre ellos destaca el personaje masculino con un sombrero de papel, que resulta una alegoría de El Loquito, creado por el célebre caricaturista cubano René de la Nuez, Premio Nacional de Artes Plásticas, empleado según él mismo ha confesado para enfatizar la torpeza de la adicción al juego, mientras que con las botas subraya que también las clases humildes se “enganchan” con ese vicio y no sólo las clases pudientes. Mientras que las mujeres –no excluidas aquí-, aparecen también, algunas denominadas Musas del juego, incluso portando un eleggua (que representa la fe de ganar, o hasta de superarse).
Sugerencias de la realidad podrá encontrar ante las obras de este creador, donde sorprende la fantasía y hasta una sensualidad a flor de piel, no exenta de imaginación a la hora de elaborarlas. Destacan en la exposición, a primera vista, una voluntad de investigación y apertura con el material y los conceptos abordados, y también el empeño por una ubicación más escenográfica de las piezas, donde juega con las diferentes texturas de maderas como ácana, caoba, ébano, roble blanco, júcaro blanco, que portan, además una historia implícita. Pues, generalmente son recicladas (recogidas de viejas casas ya deshabitadas o parcialmente derrumbadas: marcos de puertas viejas, muebles viejos, etc.), e incluso, la de las piezas más grandes, son de los ramilletes de La Palma, donde se encuentran las semillas del palmiche, que representan la cubania, porque si algo exhala de sus creaciones es la nacionalidad: son netamente cubanas. Hay, asimismo, una evidente capacidad demostrada por el artista para sacar al material su máxima expresividad. Son a fin de cuentas criaturas que se elevan, retuercen y revelan un afán de mesura/orden, y las formas femeninas, muy reiteradas en sus trabajos, se transforman en una suerte de “maniquíes” de anatomías inventadas, decorados, a veces con manchas de color que surgen de la propia madera. Ellos abren la puerta a mundos donde la imaginación puede volar con estas sugerencias artísticas.