Huellas en el arrecife
Exposición personal de Gregorio Jorge Duménigo del Castillo.
Acudo, una y otra vez, a cierta expresión de Eduardo Galeano que establece algo en lo que fervientemente creo: El ser humano no está hecho sólo de huesos y músculos. También es el resultado de sus historias, esas que se tejen en la calle, a la luz de un farol cualquier noche; o las que heredamos de nuestros abuelos. Por ello, doy crédito al escritor uruguayo cuando, en su Libro de los Abrazos, plantea que “Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos”, porque cualquier manifestación popular del arte siempre viene acompañada de imaginería y anécdotas que enriquecen, aún más, el hecho.
En esta ocasión Jorge Doménigo del Castillo, graduado de arquitectura en la URSS, residente en Placetas, Villa Clara, lejos de toda costa o playa, entonces uno se pregunta una y otra vez.
¿Dónde y cómo se inspiró para realizar este ejercicio artístico?
Según cuenta, ante una colección de artes decorativas, repara en una pieza que se realizaba en los monasterios del siglo XIX, con un carácter decididamente decorativo y elaborado con caracoles que figuraban flores y naturalezas secas. Esas piezas son denominadas de diversas maneras: Urna de Flores, Fanal de Caracoles, entre otros.
Con la paciencia de un monje colecta, selecciona y clasifica diferentes caracoles y conchas.
Investiga, busca, realiza bocetos, se informa, utiliza todo el tiempo libre, que comparte con su profesión. Largos meses para la culminación de una obra.
Una serie de gestos plenos de creatividad, cuyos resultados causarán el asombro de los que gocen del privilegio de apreciarlos.
Pequeños regalos de la naturaleza y la mano de un hombre dotado de un talento especial: el soplo divino del genio sobre el barro elemental.
Modesto, laborioso, ha sido premiado por diferentes instituciones de la cultura, reconocido en su medio natural y fuera de su provincia.
Muchas gracias.